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El Warhol británico: el big opening de Jeremy Scott en Moschino

  • Foto del escritor: Joy Ghelfi
    Joy Ghelfi
  • 4 mar 2016
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 5 jul 2020


Viajamos en el tiempo para repasar la colección Fast Fashion de Moschino: crítica a la sociedad consumista a partir de la conjunción de tipologías clásicas y marcas de consumo masivo.

Es el desfile de Moschino otoño-invierno 2014-2015. La modelo que abre y hace encender las luces en la pasarela luce un conjunto con cartera al hombro y aire a Jackie Kennedy pero con una resignificación bastante particular: los colores nos dan una primera evocación a la cadena de comida rápida más famosa del mundo. Hasta ahí puede ser solo una sospecha. El protagonismo de los aros y el bies amarillo resulta exagerado y caricaturesco. Quizá es muy sesenta. No es hasta que la modelo llega al extremo de la pasarela, voltea y la cartera muestra los dos arcos dorados que nuestras sospechas son confirmadas: ¡vaya alegoría! Pero ojo al piojo porque la eme también puede ser la de Moschino. Es el logo del imperio de las hamburguesas con otra vuelta de tuerca. Y de ahí que lo que sigue son prints vacunos, Cajitas Felices al hombro y uniformes de empleados reformulados. De un momento a otro, la música cambia al clásico ochentoso Run This Way de Run DMC y Aerosmith, al mismo tiempo que lo hacen los textiles, los accesorios y la paleta de colores. Las modelos se mudan de década y de estilo para convertirse en mannequins exponentes del rap con más cuero y bling bling que la costumbre de los ochenta. Luego de algunas pasadas, el rap se diluye de a poco, pero la ostentación y la oda hacia el dorado no. La colección no termina allí. Continúan tipologías básicas, calzado y marroquinería de Bob Esponja y finaliza con un broche de oro: packagings de snacks impresos sobre la tela y devenidos en vestidos símil haute couture.

¿Por qué Moschino se atreve a subir a la misma pasarela de Milán, donde desfilan Prada y Fendi, una colección que rompe con el estándar? Es Jeremy Scott, el nuevo director creativo de Moschino, quien, fiel al creador de la marca, deja en claro en Fast Fashion su crítica sobre la industria de la moda y la sociedad de consumo. Cual exponente de pop art, buscó romper con la norma elitista de qué es digno y qué no para la semana de la moda en una de las ciudades más fashionistas del mundo. ¿Cómo lo hizo? Apropiándose de imágenes populares y combinándolas con otras. Así logró conjuntos tan Chanel como Mc Donald’s en su esencia. Algo tan banal como una Cajita Feliz es tan legítimamente “moda” como un zapato de Fendi. El tema es que la incomodidad y la irreverencia en el desfile duraron poco, mucho menos que cuando Marcel Duchamps expuso en 1917 su ready-made llamado La fuente, un mingitorio devenido en obra de arte instantánea. Está vistiendo a las modelos con envoltorios de snacks cortados como clásicos gowns y nadie dice nada. Quizá es porque se trata de Moschino, y el público espera cosas así.

“Fast Fashion”, fast food, la búsqueda inmediata por satisfacer los deseos precipitados. Tapados y chaquetas de la colección llevan leyendas como “drink Moschino”. Mensaje conciso, imperativo y publicitario, de lectura rápida y con escaso esfuerzo de comprensión. En una sociedad de consumo donde hay exceso de información, somos interpelados constantemente por mensajes como aquel. Y ese exceso de información característico de la modernidad es compatible con la excentricidad de una moda italiana sobrecargada y ostentosa. Quizá la presencia redundante del nombre de la marca “Moschino” en las cadenas, cinturones y textiles responda a eso, pero también puede tener una connotación característica: es como si la marca pesara más que la prenda misma, en comparación a otras grandes casas de diseño prêt-à-porter. Este es el bombardeo propio de la sociedad de consumo que Scott satiriza, rayando lo kitsch en la colección.

La remera de Jeremy Scott en el saludo final es el cierre perfecto: “I don’t speak Italian but I do speak Moschino”. Tanto Chanel como Mc Donald’s son tan universales que su colección se vuelve fácilmente decodificable para cualquier observador. En este desglose y reinterpretación de signos, Moschino crea una especie de lenguaje transnacional crítico del consumo masivo en la cultura “del ahora”. Scott se convierte entonces en un nuevo Andy Warhol de la moda contemporánea, reinsertando su bajada de línea irónica en el mismísimo mercado consumista que critica.

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